A pesar de ese clima asturiano, que tanto comparan con el gallego y tan poco se le parece y de que el cielo estuviese cubierto me pareció un precioso lugar para unas vacaciones de verano... y de invierno y primavera y para vivir si fuese necesario.
Sus callejuelas, el centro, las zonas verdes que se extienden y le dan vida a ese paisaje de ensueño pero sobretodo me enamoro el paseo marítimo largo que se extendía hasta que parecía no tener fin: la brisa acariciando tu cara, ver las olas ir y venir, a los surferos con las tablas, a los mas valientes dándose un chapuzón, poco a poco ves como el cielo oscurece, las farolas empiezan a encenderse insuflando nueva vida y a tus espaldas la ciudad se ilumina. El mirador fue otro lugar que para mi lleno aquello de encanto. Desde él se veía todo aquel parque de hierba verde que te tienta a descalzarte, el mar, un poco bravo aquel día, rompe contra los acantilados, rocas y playas y a lo lejos ves un Gijón que tiene mucho que ofrecerte.
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